Como un filete precocinado, vuelta y vuelta y para dentro. Así me siento después de la resaca navideña, como si los diez días que he pasado en España no hubieran sido más que una vuelta y vuelta. Sin posibilidad de profundizar pero llevándome un buen sabor de boca.
Tal vez las navidades siempre han sido así, pasan rápido, con un montón de acontecimientos sociales y con viajes, muchos trayectos realizar. Puesto que, como ya he dicho con anterioridad en este blog, gran parte de mi vida se me pasa en aviones, trenes y coches, con lo que ello conlleva para una proteccionista de la tierra… supone más CO2 del que me gustaría… pero de otra forma no sería posible poder llegar a tiempo a los puntos tan distantes en los que se encuentra la gente a la que quiero y a donde yo quiero estar.
A parte de mi correspondiente cargo de conciencia por usar tantos transportes, mi conciencia también se encuentra recordando lo aprendido en ellos. En el aeropuerto de Ataturk, en el que estuve esperando 5 horas porque mi avión había sido cancelado por la nieve (hacía transbordo en Munich) y tenía que coger uno de Iberia directo a Madrid. En esas 5 horas aprendí que la familia que tenía a mi lado poco se escuchaban unos a otros.